Para Zak, la vida de un adolescente es increíblemente pesada y estresante: estudios, conservatorio, gritos de maestros, gritos de padres, compañeros inútiles. La lista es larguísima pero siempre tiene algo que le motiva cada mañana -o que al menos hace que no se lance por la ventana-: la música, da igual que tipo de música sea, puede bailar, tocar, cantar y adecuarse a cualquier tipo de ritmo; sin embargo, se siente estancado cuando no logra hallar la melodía correcta para su trabajo final, tiene que graduarse en el conservatorio, pero sino presenta el trabajo, todo el esfuerzo que hizo anteriormente, no le servirá de nada. Cuando parece que iba a rendirse, choca con Maia -literalmente- quien se vuelve la melodía que suena en su cabeza desde que se conocieron. Juntos comparten un amor impresionante por la música, el baile, incluso los mismos libros -o hasta el sarcasmo, por qué no-, pero toda esta línea de felicidad se corta cuando ella tiene que irse al extranjero para poder realizar una prueba, si queda seleccionada, podría ser una futura estrella... Y probablemente se olvide de Zak, o eso es lo que nos hará creer.