Estuve apunto de gritarle una sarta de groserías cuando se acercó un poco más, su rostro descendió, quedando demasiado cerca, peligrosamente cerca. Me arrinconé y ladeé la cabeza, mirando hacia al final del pasillo. Sentía que si la volteaba para mirarle, mi cara rozaría la suya y sufriría de un colapso. ¡Maldita sea, no podía escapar! Sus brazos aún me mantenían prisionera. Mi respiración se estancó cuando sentí la tibieza de su aliento en mi oreja. ¡Le detestaba! ¡Eso sin duda! Pero eso no cambiaría el hecho de que un chico -guapo, aunque costara admitirlo- había invadido el espacio personal de una chica de diecisiete años. Mis mejillas así como mis orejas estaban ardiendo. -Hagamos un trato -susurró.
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