Si Clay pudiese pedirle tres deseos a un genio, no dejaría cabo sin atar. El primer deseo sería ser cinco centímetros más alto, para así alcanzar a Ronan y dejar de sentirse tan minúsculo a su lado. El segundo sería aprender a jugar al ajedrez y demostrarle a Ronan que hasta la persona más inepta puede sacar al rey de un jaque. Su tercer deseo, sin embargo, es un poco más egoísta que los anteriores: que Ronan cancele su inminente y prematuro matrimonio junto a una chica que está lejos de llegar a amar. Porque sí, ya es un hecho: Ronan Westbury está comprometido. Clay lo sabe, al igual que el resto del mundo, y deberá decidir entre resignarse o impedir que el amor de su vida se una con la persona equivocada durante el resto de la eternidad.
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