Violet

Violet, a secas. Sin apellido ni sobrenombre. Sin familia ni futuro.

Así era como la conocían todos en el orfanato desde que llegó sola y desemparada, empapada y sucia bajo la lluvia de York.

Nunca hablaba. Nunca miraba a los ojos. Nunca empezaba a comer hasta que alguien más lo hiciese. Nunca entraba a una habitación sin antes tocar tres veces a la puerta.

Siempre miraba por la ventana. Siempre ayudaba en la cocina. Siempre callaba cuando el resto de niños se burlaban de ella y su aparente mutismo.

Violet la muda. Violet a la que la había comido la lengua el gato.

Nadie sabía nada de ella, ni el sonido de su voz o el color exacto de sus ojos. Solo sabían que tenía un precioso cabello color caramelo, pecas en su rostro y tres lunares en el dorso de su mano.

Y no sabían nada más, hasta que el alcalde visitó el orfanato y los llevó a un recital de música.