Sus planes para obtener al amor de su vida comenzaban a ser cada vez mas complejos. Un día, una propuesta sumamente oportuna tentó a la joven Ayano Aishi, por el cual obtendría a su tan preciado Senpai, a cambio de la vida de diez insignificantes chicas. Y ella ya las tenía bien elegidas.
Tendría a su amado, y mataría a las malditas que amenazaban con quitárselo. Era increíblemente perfecto.
"-¿Estarías dispuesta a hacer un pacto con este demonio?- inquirió la criatura.
-Pacto, por él- respondió, firmando con sus propias palabras un contrato fuera de su mundo que por nada podría romper. Eso no era un problema. Después de todo, cumpliendo con él, salía ganando en todos los sentidos. Era tan conveniente."
No importaban las condiciones del pacto, y si que eran exigentes. Su objetivo era claro.
Solo esperaba que nadie más interfiriera en sus planes. Nadie quien arruinara su macabra misión, porque a pesar de estar dispuesta a asesinar a aquellas estudiantes para ofrecerlas al ser del mismo infierno, uno de los puntos del contrato que no podría romper le resultaba sumamente fastidioso. Era, irónicamente, como si fuera uno de los jodidos mandamientos reversionado: "matarás solo a quienes nombres aquí y ahora, y a nadie mas, en lo que dure este pacto".
Quizás, sin darse cuenta, se había complicado mucho mas las cosas. Solo debía matar a esas diez, porque de lo contrario, quien pagaría esa ofensa no sería ella, sino aquél por el que ella decidió comenzar este trato. Taro Yamada moriría.
No. No permitiría que pasara eso bajo ninguna circunstancia. Antes se mataría.
Sin embargo, ahora que su instinto asesino fue, literalmente, limitado, debería de recurrir a otras... estrategias... si quería sacarse de encima a quien se interpusiese, y específicamente, sí habría alguien que le resultaría sumamente molesto, y lo peor: no podía matarlo.
"Ah...ya veré que hacer contigo...Masuta"