La vida está llena de sorpresas, más de las malas que de las buenas. Ahora estamos, al siguiente minuto no. Mamá me decía que tenía que aprovechar cada momento de mi vida, que no debía perder el tiempo. Y eso hice, aproveché cada momento haciendo lo que me gustaba. Sin embargo, ella no me hizo consciente de que el tiempo que estaba perdiendo era el que no pasaba con ella. Todo, desde mi punto de vista, ocurrió de prisa. Un domingo estaba en su casa visitándola, parecía cansada, pero no enferma, y dos días después me llamaron del hospital. Mamá tenía cáncer de cuello uterino, una enfermedad mortal que si no se detecta a tiempo puede matar rápidamente. A ella no se la detectaron a tiempo. Estuvo en diversos tratamientos, pero ninguno redujo las células cancerígenas. ¿Lo peor? No me lo dijo hasta que fue muy tarde. Luego de esa llamada, mamá estuvo viva por cinco días, ingresada en el hospital. El cáncer le ganó la batalla. Me sumí en la tristeza, pese a que ella me dijo antes de morir que debía seguir con mi vida. ¿Cómo demonios continúo cuando ella no está? Su muerte se llevó parte de mí y no volví a ser el mismo. Deambulo por la vida, más no vivo. ¿Qué sentido tiene aprovechar mi tiempo cuando no lo aproveché con la mujer que me dio la vida? Mamá tenía que haber sido sincera, pero supongo que el amor de un hijo no se mendiga ni se busca por medio de lástima. Ya no quiero sorpresas, ni que sean buenas. Las quiero lejos de mí. Relato corto independiente. Prohibida su distribución total o parcial, digital o física sin mi consentimiento. Registrado en SafeCreative bajo el número 2007214813103.
6 parts