-No necesito un guardaespalda. -¿Estás segura? -Muy segura. Lo cierto era que no lo estaba. Sabía que estaba en peligro y que todo era mi culpa, pero confiaba en que podía cuidarme, cuando la realidad era otra. No quería sentirme insuficiente, solo quería que, por primera vez, alguien notará el esfuerzo que daba para mejorar. Él lo notó. Y notó aún más, notó cosas que ni yo sabía que estaban, y siempre había creído en mí. No fue tan malo ser cuidada. Él era mi guardaespalda personal. Yo era la damisela en peligro.