La vida posee una forma implacable y casi caprichosa de interponerse en tu camino, de fracturar lo que creías sólido y arrebatarte lo que nunca pensaste perder. Nos enseñan desde pequeños que todo dolor tiene un propósito, que tras la tormenta aguarda una calma inevitable, que el sufrimiento pule el espíritu y que, de algún modo, el universo se equilibra para entregar a cada quien lo que merece. Pero esas promesas son frágiles, casi ingenuas, porque hay instantes en los que la calma no llega, en los que la herida se abre una y otra vez hasta convertirse en parte de tu piel, en los que la justicia se convierte en un espejismo distante, burlándose desde el horizonte.
Es en ese vacío donde uno comprende la crudeza de la existencia: que no siempre hay redención, que no todo dolor trae consigo una recompensa y que, a veces, la vida no es más que una sucesión de cicatrices que se superponen hasta borrar la memoria de lo que alguna vez fuiste. Entonces no queda espacio para la esperanza ni para la fe en un orden superior; solo queda la certeza brutal de que, si deseas justicia, si ansías reparación, debes arrancarla con tus propias manos, aunque en el proceso termines desgarrándote a ti mismo.
Destruir será tu único escape ?
Podrás huir de el capricho de un pasado que amenaza con tenerte de títere en un mundo donde tener tus manos manchadas de sangre será tu único modo de supervivencia...te advierto "No confíes en nadie "