Para Alex, las fotografías eran el único rastro de la joven que solía ser. Aquella joven que se atrevía a todo, que tenía mil planes por concretar y que estaba completamente segura de que triunfaría en lo que fuera que se propusiera. Si le tiraban una piedra, ella la usaría como escalón. Si le gritaban una crítica, la usaría como propulsor para cerrarle la boca. Si le decían que no podía, ella movería cielo y tierra para demostrar que estaban equivocados. Claro, esta era la Alex que recién terminaba el secundario y todavía no enviaba su solicitud para la Universidad. Ahora, la vida de Alex era una mierda. Tenía veintisiete años, y era una joven sin prospecto, sin universidad, sin dinero ni amor. Vivía en la casa de su mejor amiga porque si no lo haría en la calle. Se sentía patética. No, de hecho, peor, la definición de patética. Trabajaba en una heladería con un sueldo que solamente le alcanzaba para pagar parte de la renta y comprar un poco de comida y ropa con el sobrante.
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