La desaparición forzada era una práctica utilizada como estrategia para generar terror en los habitantes de la selva. La sensación de inseguridad por dicha práctica afectaba a muchos animales de la selva. Se ejercía presión a los defensores de los derechos animales, los parientes de las víctimas, los testigos y sobre quienes se ocupaban los casos de desaparición forzada. Cientos de miles de especies desaparecieron en los conflictos entre herbívoros y carnívoros. Las víctimas, muchas veces torturadas y temerosas de perder la vida ellos y, sus familias, al no saber la suerte que habían corrido sus seres queridos, se encontraban entre la preocupación y la desesperanza, a la espera de noticias que nunca llegarían. Las víctimas sabían que sus familias desconocían su paradero y, eran mínimas las posibilidades de que alguien fuera a auxiliarlas encontrándose privadas de todos los derechos quedando a voluntad de sus secuestradores. Cuando la muerte no era el desenlace final y terminaba la pesadilla, quedando libres, las víctimas padecían las cicatrices físicas y psicológicas de su cautiverio. La familia y los amigos de los animales desaparecidos sufrían angustia, al ignorar si la víctima vivía y, de ser así, ignoraban dónde se encontraba cautiva, y su estado de salud. Eran conscientes de que ellos también estaban amenazados por el hecho de indagar la verdad exponiéndose a un riesgo aún mayor.