Observo, miro, reconozco, protejo. Protejo lo que anhelo mis hijos conozcan, protejo lo que deseo preservar, mientras camino entre las rocas solo me impregno de toda la maravilla, los distintos tipos de verde, enebro, salvia, helecho, pino, musgo, trébol, albahaca y esmeralda, cuantos pies sufrientes y descalzos han tocado este mismo césped defendiendo lo que se nos ha entregado y me cuestiono, lo deseo con toda mi alma, pero ¿Lo merezco?
Miro a mi lado y como siempre esta Opal, hemos salido a respirar aire fresco, miro a lo lejos un destello, soy consciente de que no soy el único ser vivo en el lago pero no esperaba que se mostraran con tanta confianza, lejano en la otra orilla asoma una pequeña cola escamada de tonos vibrantes lo que me indica que ya me han sentido. Las observo y sé que me devuelven una mirada enigmática, ellas son nuevas han migrado hace poco a la floresta en donde pueden mostrarse libremente pero eso no evita que se sorprendan, yo también lo estaría si una semihumana pudiera verme a sus anchas. Pasado el tiempo dejan de sorprenderse y me dejan acercarme, estando más cercana logro vislumbrar los colores de sus aletas, son multicolores aunque intentan camuflarse con los tonos del agua tormentosa, son bellísimas, son puramente selkies, a su manera única y espectacular.
- Ya es hora! Debes entrar- escucho que gritan en la lejanía.
Miro el atardecer y sé que es hora, ya no debería estar caminando sola tan tarde, por lo que emprendo camino de vuelta al castillo, no todas las criaturas son tan agradables como las selkies en la floresta, apresuro el paso porque sé que cuando desaparezca el sol las puertas de roble del castillo quedaran selladas. Entro en el momento en que todos se preparan para cerrar otra noche más el castillo ante los terrores y monstruos que arrastra la noche, nunca se imaginaron que su princesa y guerrera podría llegar a ser uno.
Una extraña obsesión.
No supo cuando ni como empezó, era extraño que cada vez que lo veía sus instintos se ponía a flor de piel.
Su nombre era Daenerys Targeryen, y su vida había estado marcada por una obsesión silenciosa pero profunda: Jacaerys Velaryon.
Pero, como las olas que golpeaban la orilla, su obsesión se estrellaba contra la dura realidad de que Jacaerys parecía tan distante e inaccesible como el horizonte mismo.