Ayer en la tarde ella lloraba en mi ventana y a ratos me miraba con esos ojos de negrura impresionista que deja el maquillaje cuando lo arrastra la tristeza. Yo solo era capaz de estar en silencio. Ella no lloraba por lo que nos ha hecho la vida ni por lo agotados que estamos de no entendernos. Ni por nada que dije. No lloraba por mí en modo alguno, pues yo no soy nadie para ella. Ni siquiera me conoce. Yo tampoco sé quién es.