Mientras el metal de las espadas chocando resonaban en los bosques y los mapas se teñían de rojo y gris, ella danzaba.
No por ignorancia, ni por desafío, sino porque en cada giro encontraba una forma de resistir, de recordar que aún había una posibilidad de encontrar la paz en medio de la guerra. Sus pies, cubiertos de polvo, habían pisado tierras rotas por la guerra, y sin embargo, allí donde otros veían ruinas, ella buscaba sobrevivientes. Bailaba en plazas vacías, entre escombros; sanaba a los heridos. Su cuerpo hablaba en un idioma que nadie necesitaba traducir: el del alma humana luchando por no apagarse.
Era una viajera sin bandera, un ave volando en el cielo. En su maleta llevaba zapatillas gastadas, cartas sin enviar y un vestido que brillaba incluso en la sombra. Cada paso suyo era un testimonio. Cada salto, una plegaria.
En un mundo que se derrumbaba, ella no huía: bailaba.
Y así, sin saberlo, tejía esperanza donde ya nadie la esperaba.
-¿No es acaso la libertad el derecho de todos los seres vivos?
Lando pensaba que su sueño era ganar su cuarto título mundial. Hasta que conoció a Alice, alguien que le cambió la forma de ver la vida por completo, pero su ego no le permite estar junto a ella de manera estable.
¿Podrá conocer la verdadera felicidad? ¿Qué pasará con ellos en el resto de su historia?