Joven, tonto y débil. Podría decir con total seguridad que todos hemos tenido un amor que nos ha hecho sentir de esa manera. Esa persona con la que nos imaginamos miles de escenarios cursis y patéticos como sacados de películas o libros. Esa persona que con cosas tan simples como caminar, hablar o sonreír puede tenernos bajo su control. Esa persona que desde el principio llegó a revolucionar por completo nuestra vida. Ansel Viedth es el mío. Un estudiante destacado. Un atleta dedicado. Un hijo amoroso. Un hermano protector. Un amigo leal. Un novio maravilloso. Un vecino ideal. Un chico inigualable. No hay absolutamente nada malo en él... o es lo que quiere aparentar. Porque tiene defectos que no puede borrar. Malas decisiones que lo carcomen. Y mentiras que ya no sabe ocultar. Cuando estaba con él, creía que el amor era el centro del universo, luz en medio de la oscuridad, que no había nada, ni nadie que pudiera hacerle frente y que tenía el poder de sanar cualquier cosa. Pero, ¿qué pasaba si dejaba de ser suficiente? ¿Qué pasaba si el amor se escapaba y no regresaba? ¿Qué pasaba si el amor no solo era luz, sino también oscuridad? ¿Qué pasaba si el amor, en vez de sanar, destruía?