No todo en estos años ha sido malo, han habido momentos de mucha alegría, he perdido el deseo, las ganas de amar o posiblemente de amarme, sigo batallando con el espejo que ahora es mi juez implacable. Los pantalones han empezado a apretarme, ingresé en la perimenopausia, tengo 44 años, sigo soltera, con dos gatos, una coneja y dos perros que siguen a mi lado intentando existir. Actualmente, vivo presa de un letargo, cientos de jornadas de humedad pegajosa, ventiladores en cada esquina de mi cabaña, insomnio, depresión al límite y una ansiedad y ganas infinitas de comerme el vacío, la nada, la mierda: sí, he envejecido y nada podría haberme preparado para esto. El enorme icberg de la realidad llega con sus bordes afilados a arrancar pellejo y vísceras tras su enorme impacto contra el barco de mi vida que se deleita con mi tragedia personal.