A los catorce años, el poder de la creación pesó por primera vez en mi pecho, una carga de esperanza que no supe merecer.
A los quince, la tormenta en mi interior ganó. La rabia me cegó, ignoré la voz de mi maestro y tomé una decisión que quebró el frente de batalla. El primer eslabón de la cadena que arrastraría para siempre.
Ese mismo año, lo perdí. Mi maestro, mi faro. Cayó protegiéndome de las consecuencias de mi propio error, y su última mirada no fue de orgullo, sino de una pena infinita que aún me quema el alma.
A los diecisiete, mi debilidad fue un cuchillo en la espalda de mi compañero. Vacilé. Y en ese instante de duda, la bestia se llevó su vida, dejándome solo con el eco de su fe en mí, ahora convertido en burla.
A los veintiuno, solo quedaba el silencio. Mi mejor amiga, la pequeña luz que me quedaba, se apagó entre mis brazos. Y él, el monstruo forjado con mis fracasos, rió mientras los Miraculous de la creación y la destrucción, las dos caras de mi destino, brillaban en sus garras.
Mis elecciones no solo me arrebataron a quienes amaba. Condenaron a todo un mundo a la oscuridad. Mi mundo.
Pero la vida, en un último acto de cruel misericordia, me ha tendido una mano. Una segunda oportunidad.
Y esta vez, no lucharé solo por la redención. Lucharé para ser digno de aquella fe que una vez depositaron en mí. Por el maestro, por el compañero, por la amiga. Por el amor que dejé marchitar. Y por todos aquellos a quienes, en otra vida, fallé. No volveré a fallar...No puedo fallar.