Seis millones de segundos.

Entre el ruido y la oscuridad nocturna, un cuerpo que baila entre tumultos apretados, esperando perderse entre el humo y el caos.
Jean-Francisque, el príncipe de la noche, conquista la ciudad mediante el sexo y la seducción. Conocido por el ambiente por su carisma, su sensualidad y sus efímeras relaciones, es descrito como el amante perfecto, aquel que te hace pasar la noche de tu vida. Solo una noche, pero la mejor.
Pero detrás de las fiestas, el alcohol y los corazones rotos, se esconde un alma tan solitaria como desesperada, rogando, silenciosamente, encontrar algo que se sienta su hogar. El único que ahora posee es el amor de Alma, su mejor amiga, quien intenta rearmar todas las dispersas piezas de Fran.
A kilómetros de allí, con el cuerpo congelado bajo la sotana, Máximo reprime sus deseos con plegarias, cubierto de miedo y solo queriendo escapar.
Un destello dorado le pesa en la espalda, recordándole que nunca, que jamás estará a salvo de sí mismo
El destino (o Dios) hacen que Alma colisione con su vida, abriéndole paso a otra realidad, y Maxi encuentra en ella una porción de la tan ansiada libertad. Pero, ¿es suficiente?
¿Es aquella conexión, esa fragilidad que Maxi se permite tener con Alma, esa empatía y tranquilidad que ella le brinda, suficiente para él? ¿Es suficiente aquella correcta, aceptada pero irreal relación?
Cuando para Maxi todo parecía haberse vuelto estable, cuando aquel frío casi comenzaba a abandonarlo y aquella pesada y dorada culpa empezaba a desaparecer, es, involuntariamente y en contra de cualquier plan, azotado por aquel torbellino caótico y apasionante que es Fran, quien desafiará todas y cada una de las convicciones que con tanto esmero Máximo consiguió crear, despertando en él sensaciones durante tanto tiempo dormidas que creía, incluso, haber conseguido olvidarlas.
Francisque descubre en Máximo la remota, impensada y casi imposible idea de que, al fin, alguien pueda realmente amarlo.