Hubo una vez una mujer que sin querer se había convertido en hombre. Todo comenzó aquella noche de verano en la que Barbara subió a su habitación ya aburrida de sus vacaciones y cansada de oír los gritos de su madre. Se puso su remera amarilla, la que diariamente usa de pijama y prendió su computadora para volver al juego que había iniciado ese mismo día.