La muerte y el trofeo de la eternidad. Un fenómeno tan natural como desconocido. Un destino tan vano y aterrador que incluso hace temblar a los que ya han caído. En el vagón más inmemorial del antiguo tren de la ciudad se refugian los que alguna vez fueron más que suspiros de alma. Relegados en los oscuros espacios y rincones del austero compartimiento y destinados a ver las caras de los vivos por la eternidad, sin poder liberarse de su condición incorpórea. Viento es el único capaz de salir por su cuenta del viejo vagón, sin poder alejarse demasiado y con el deber de hacerlo a las 11 con 45 minutos durante la noche. Él mismo se hace llamar con un nombre particular, ya que tiene un ambiguo margen de memoria que le permite dimitir sobre su identidad arcaica. El monótono círculo en el que se ha convertido su existencia se ve interrumpido por la aparición de una joven no muerta que es capaz de ver su volátil silueta sin dar espasmos.