Caigo. Caigo y sigo cayendo. Sentía como si llevara siglos cayendo por esta oscura y tormentosa fosa, aunque a decir verdad algunos de los siglos que he vivido se han sentido más breves que esta mierda. El calor se va intensificando con cada segundo, cuando mis poros y las grandes costras en mi espalda empiezan a reclamar ardiendo hasta que siento el dolor en la boca del estomago y una tenue luz empieza a iluminar mi rostro se que estoy cerca. Muy cerca. Agazión. Repetí su nombre cien veces y cada vez la ira iba creciendo más, al punto de que ni el ardor en mi espalda ni el calor sobre mi piel hacían mella en mis pensamientos. Agazión. El maldito demonio que me había quitado todo, y cortésmente le regresaría el favor.