Se encendía la luz, como todos los días por la mañana. Mamá se acercaba a la ventana, la
abría, y al rato la cerraba. Se acercaba a la nevera, cogía un papel y se iba.
Los niños bajaban alegres y contentos. Solo el despertar de ese tipo de días era algo inusual.
La primera vez no comprendí muy bien esas reacciones, pero a lo largo del tiempo, llegué a entenderlo.
Cuando mamá volvía, venía cargada con bolsas, las dejaba en la mesa, y guardaba las cosas.
Después se ponía a hacer la comida. Cuando todos acababan de comer, recogían y
se iban. Todos, excepto mamá, que volvía a cocinar. Ponía algo en el fuego,
nunca supe qué era, desde mi sitio no se veía bien, pero parecía un tipo de
salsa. Dejaba las cosas al fuego y me miraba durante un rato, luego leía un
libro con una foto mía y volvía a observarme. Mamá se pasaba todo el resto de
la tarde cocinando y preparando la mesa, la casa permanecía en silencio. Un silencio
que ella rompía de vez en cuando con uno de sus terribles estornudos.
Cuando la noche empezaba a caer, mamá se acercaba a mí, me ponía a calentar y metía el
pavo dentro. La gente no tardaba mucho en aparecer y la mesa se llenaba pronto.
Me gustaba ver llena esa mesa. Pero ocurrió lo inevitable. Un día, no calenté
ese pavo. La gente me miró con frustración, pero pensé que se les pasaría. Me equivoqué.
A la mañana siguiente llegó un hombre extraño que me sacó de mi sitio y me dejó en la mesa.
Justo en frente de mí vi, como ese extraño, colocaba otro igual a mí, en mi sitio.
Hoy, estoy aquí, en este lugar lleno de artefactos desmontados y cables sueltos, y con este
señor, sacándome piezas. Poco a poco me siento más ligero y con sueño.
¿Será esto a lo que llaman morir?