¿Acaso desde pequeño mi destino emocional estaba a la vista de todos? ¿Las ventanas a mi alma debían tener cortinas que dieran pista de lo que hay dentro? De ser así, no me hubiera asustado tanto cuando experimenté por primera vez sentir que mi vida se arruinaba o hacía maldita. Si lo hubiera descubierto antes, mejor no fantaseaba de chico con tener una vida de ensueño. Porque, desde que nací han estado ahí: unas pestañas largas. Que parecen nunca acabar. Impredecibles. Cambiantes. Confusas. Y tristes. Una pista de mí.
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