Sus colores le habían abandonado y eran reemplazados por un tono amarillento y opaco, su tallo había cedido ante la gravedad al igual que sus pétalos que se encontraban esparcidos por la tierra y siendo arrastrados por el gélido viento de invierno. Su vida no era muy diferente a la de esa rosa. Ella tampoco había vivido demasiado, ambos se veían enfermos, muertos en vida. La única diferencia era que ella se había marchado tan solo unos meses antes que él. Había dolido, tanto como la tos con sangre que solía despertarlo por las mañanas durante los últimos tres años, como la dificultad para respirar, como la perdida de apetito, como la perdida de peso, cómo cada lágrima derramada. Cómo perder las ganas de seguir viviendo. "- Lo siento mucho Shiro, tan solo te quedan nueve meses de vida"