Por un momento, estando en los Campos Elíseos, creí en los finales felices, creí que había tenido el mío.
El día en que finalmente la tuve entre mis brazos, a ella, a mi niña, fui testigo del amor más grande e incondicional que pude sentir en la vida, y volví a confirmar, gracias a ella, que los demonios eramos perfectamente capaces de amar y ser amados.
Habíamos creado a un ser tan pequeño, de apariencia tan vulnerable e inocente; sin embargo, siendo hija mía y de su padre, era imposible ignorar que dentro de ella, el mal germinaba y amenazaba con brotar, echando raíces y luciendo los ostentosos pétalos de la perversión.
Nuestros peores temores se hicieron realidad, su maléfica naturaleza clamaba por salir a flote a pesar de nuestros inconcebibles esfuerzos.
Ya no lo podíamos ocultar, Astrid formaba parte de un legado maligno.
SEGUNDA PARTE DE "NO TIENTES A LA BESTIA"
Portada hecha por MarriB49.