Adorablemente Peligroso.

Respirando profundamente, observó con desdén la pila interminable de papeleo que tenía frente a sí. Una vena palpitaba en su sien, y con un lenguaje que solo él podía entender, dejó escapar un grito furioso que resonó en toda la oficina. Alzó sus cascos delanteros al cielo en un gesto de desesperación.

-¡Odio este maldito mundo de burros parlanchines y coloridos! -su grito resonó por todos los alrededores, haciendo que los pájaros cercanos alzaran el vuelo, alarmados.

El eco de su voz reverberó en las paredes de su pequeña oficina, decorada con estantes repletos de documentos, sellos y plumas. Era una vida de rutina monótona, completamente ajena a lo que alguna vez había conocido. No era su primer día en este cuerpo extraño, ni en este mundo de tonos pastel y magia, pero cada día que pasaba, el sentimiento de frustración solo crecía más.

¿Cómo había terminado aquí? Recordaba vagamente su vida anterior, llena de desafíos que, aunque duros, eran humanos. Ahora, en este cuerpo equino, todo le parecía ridículo: el trabajo, la gente... o mejor dicho, los ponis que lo rodeaban, y sobre todo, la magia omnipresente que gobernaba cada aspecto de su existencia.

Cerró los ojos un momento, tratando de calmarse, pero las imágenes de su vida pasada se mezclaban con la realidad actual. ¿Qué demonios había hecho para merecer esta reencarnación absurda? ¿Cómo era posible que, de todas las posibles vidas, hubiese terminado en este lugar, rodeado de criaturas que no podían ni entender su verdadero yo?

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un golpeteo suave en la puerta lo sacó de su ensueño.

-¿Todo bien ahí dentro, señor Quill? -preguntó una voz amable desde el otro lado de la puerta.

Respiró hondo y bajó los cascos, recuperando algo de compostura antes de responder, recordando que, por más frustrado que estuviera, este era su nuevo mundo y, de alguna manera, tendría que enfrentarlo.

-Sí, sí, todo bien -dijo en un to