Escuchar los pensamientos de los demás, es el super poder que a muchos niños les gustaría tener; suena genial y poderoso. Así que es natural que surja entre las conversaciones de los más pequeños. Pero una vez lo tienes, no te parece tan genial. Al menos, no lo era para mí. Sin ninguna forma de controlarlo, estar entre las personas, especialmente entre las grandes multitudes, era un infierno; la única forma que había encontrado para poder tener una vida más normal, era llevar la mayoría del tiempo mis audífonos puestos. Eso ayudaba a que el ruido de los pensamientos de otros, disminuyera, pero no lo bloqueaba o evitaba completamente. No había nada que lo hiciera. O eso pensaba, hasta que lo conocí a él. Porque esa vez, aquella primera vez en que sufrí una crisis tras perder mis audífonos, él puso sus manos sobre mis oídos; fue entonces que, por primera vez en mi vida, hubo silencio. No podía escuchar los pensamientos de los demás. Solo los suyos. Solo su voz.