Nina había hecho un trato con la vida: ella sería buena y condescendiente con quien se lo merezca. No tenía por qué atentar contra alguien si esa persona no le había dado razones pertinentes. Sin embargo, Michael reunía por sí sólo todas las características que Nina consideraba propias de las personas que no se merecían su paciencia. No quería verlo, no quería oírlo, no quería siquiera tenerlo cerca: él era la representación de absolutamente todo lo que ella odiaba, y tan sólo escuchar su nombre la exasperaba. El problema es que, a veces, la chispa que enciende el enojo puede ser la misma que prende el fuego de una atracción incontrolable.