Recuerdo mi marcha al son de los gritos de guerra, las espadas que danzaban por los pastizales de Raldaram y la sangre y muerte que corría por mis dedos. Luchamos al amanecer de una causa perdida, de un recuerdo difuminado sobre una vaga esperanza entre una espesa fosca. Sin embargo, aprendimos que en la guerra no hay ganadores, solo los helados ojos de la muerte que nos observan dichosos de abrazarnos en unos sobreprotectores brazos de dolor.
Recuerdo el no recordar nada pues las almas solo tenemos una memoria, la reminiscencia unánime de aquel que llora en los Avernos. Somos parte de él ahora, lo somos hoy y lo seremos siempre pues El Oscuro es el único que motiva nuestra existencia. Las almas estamos condenadas a un estado hueco debido a que nuestra humanidad nos abandonó al entrar aquí, probablemente atemorizada de los horrores que nos esperan.
Y aquí estoy yo, a las puertas del Averno, dando un paso a lo desconocido y sin saber a donde mirar. Sus ojos penetran en los rincones más profundos y misteriosos de mi ser porque sabe que le pertenezco y me invita a seguirlo hasta el final. Las almas mortales perdieron la llama que les hacía avanzar, aquello que enciende un hermoso lucero en la oscuridad de sus fauces. En cambio, yo estoy dispuesto a continuar, porque sé que él es el final de todo, el final de la vida y el final de mi funesto destino.
Me encuentro en las puertas del Averno, en la oscuridad infinita, en el espiral de las sombras y el único lugar donde ningún rayo de luz asoma. Rogaré por los ojos llenos de luz y misericordia que me buscan para rescatarme, pero por ahora, seré preso de sus garras y motivaré mi alma a conseguir sus oscuras lágrimas.