«No debéis alegar a la suerte de vuestro regreso, pues sois mortales, realidades efímeras. Habéis elegido a la vida en vuestros pasos, y por ello aun prevalecéis. Recordad, caducos: la ventura es el Infierno, y no os llevará al camino que buscáis.» El tiempo, se preguntaba, ¿cuánto habría pasado? Desde que los Varones de Dritus habían comenzado una guerra contra el mundo, las monedas eran un caos. Poseer dinero una ruina. Mostrar un trozo de oro una sentencia de muerte. Pero, entre toda aquella depresión que poco a poco sumía al país de obsidiana, Vlyss, ocurrió un acontecimiento que hizo a un joven olvidar por completo, durante unos instantes, la desgracia. La joven que se apareció ante él decía provenir del futuro. No, lo afirmaba con vehemencia. Su rasgos finos y sus ojos, de un azul como debía ser el edén, por un instante le hicieron dudar, y, lo que sus palabras manifestaron sobre su destino sacudieron su alma. Pero no podían olvidarse de los Varones, nadie podía, pues nadie sabe dónde se encuentran, o cuándo aparecerán... ni quienes son sus aliados.