Izuku Midoriya mentiría si admitiera que él era feliz con la vida que llevaba.
Su vida era miserable, solitaria y poco más que lamentable. El infierno se cernía sobre él, por cada día que transcurría, atormentando sin parar cada rincón existente en sus pensamientos.
Izuku se sintió perdido, se sintió maldecido... el constante abuso físico y sexual por parte de sus compañeros lo hacía sentir vulnerable, frágil... aislado.
Con el corazón mancillado por la crueldad de sus compañeros.
Y con un sueño imposible de concretar, debido a la sangre derramada bajo sus propias manos.
Lo que otros vieron como una maldición en la Liga, Izuku lo vio como una salvación.