En las afueras de Laiza, en la aldea del valle de las flores se contempla un nacimiento. Desde el páramo de flores silvestres y setas coloridas se escuchan los quejidos de una joven en plena concepción. En la humildad de una choza, a oscuras con solo unas pocas velas iluminando el interior, se encuentra una matrona atendiendo el parto. Una señora diestra, moviendo cuencos llenos de agua ensangrentada, con trapos húmedos en las manos, los enjuaga en el agua y continua limpiando la entrepierna de la próxima madre. Justo al lado de la joven se encuentra su amado, sosteniendo sus manos en señal de apoyo.