Hablando con mis fantasmas en una noche de nostalgia les conté de mi amorío con la luna y mi desventura de romance por el rasó destino, como mi amante llenaba de gotas de luz mi noche y de cómo lavaba mis penas en agua salada, les conté dos secretos y un verso tonto, como ella celosa me ignoraba y me reñía, y como su mirar resplandecía todo lo que había y a mí me dejaba en tiniebla tenue, y mi zapato gastado pago por los pecados de un ebrio enamorado que caminaba sin mirar. Les conté diez secretos y una comedia picara, como mis dedos nunca tocaron el lado obscuro de la luna y mis ojos nunca vieron la desnudes de su fulgor, la ingenuidad disfrazada de pureza y la cortesía con sombrero de copa se emborrachaban a mi cuenta, les conté cómo mi interior buscaba la tristeza para refugiarse en la realidad y mi razón se pintaba los labios y se prostituía en una esquina, y de cómo mi mano en mis pantalones yo metía y como la vela de un convento me derretía, en el arcoíris me perdía, para robarle al duende su oro y fumar una vez más, y crear con mi humo una nube esponjosa para que saltaran tus sueños sin sentido. Correr tras mi dignidad y amarrarla a una silla, y desnudarme frente a un circo y reír de mi vergüenza. Les conté noventa secretos y una confesión turbia, pero me dio hastío tanto secreto y solo me confesé, que encontré otra luna con dueño, la cual quería que me alumbrase, con su encanto de rareza, y una normalidad en el mercando, que su alma era una sincronía taciturna vestida con la fraternidad y el calor de un inocente abrazo, de juicio me estaba ahogando y pensamientos difusos golpeaban mi cabeza, de juicio quería morir, hasta que uno de mis fantasmas me recordó que mi juicio había muerto primero.