Quizá fuera su aliento chocando contra su vello corporal, erizándolo, humedeciéndolo, dándole vida para luego quitársela. Incluso su corazón, si es que lo tenía, bailando al son de la misma melodía. Sus manos acariciando cada hueco en blanco de su piel, como si de un lienzo se tratara. Como si del mejor artista que el mundo hubiera presenciado se hablara. Sara desconocía el motivo por el cual se sentía tan atraída a ese rincón oscuro de su habitación y de si misma, pero tenia la certeza de que aquella unión sería devastadora para los dos. La incesante necesidad de sentirlo cerca acababa con cada ápice de cordura que aún conservaba. Por otro lado, el no entendía el motivo por el cual ella seguía danzando a su ritmo, pausado y desenfrenado al mismo tiempo, atormentando su mente y su paz. Acercándose voluntariamente al borde de un abismo inminente con una seguridad desconcertante.