Mi vida había sido plagada de oscuridad, la crueldad inyectada en mis venas como veneno. Tal vez no nací siendo un monstruo, pero había sido criado para gobernar en un espiral interminable de monstruosidad. Un guerrero nato convertido en un monstruo por la hojilla, los puños y las duras palabras de mi tío. Criado para convertirme en Oyabun, para gobernar sin piedad, para impartir brutalidad sin pensarlo dos veces. Me criaron para romper a otros. Cuando Rin me fue dada en matrimonio, todos esperaron conteniendo el aliento para ver qué tan rápido la rompía como mi tío había roto a sus mujeres. Cómo aplastaría su inocencia y amabilidad con la fuerza de mi crueldad. Romperla me habría costado poco esfuerzo. Me venía de forma natural. Era fácil ser el monstruo que todos temían. Hasta que ella llegó.