Dos hombres consumen alcohol en un tugurio de los que abren a media noche y cierran al amanecer. El Hombre 1 le dice al Hombre 2 que necesita una china. El Hombre 2 le pregunta que si se refiere a una "china de hachís, de marihuana, de cocaína o a un jarrón de porcelana china". El Hombre 1 le dice al Hombre 2 que lo que necesita es una china de verdad, una china de carne y hueso para casarse con ella. Argumenta el Hombre 1 que está harto de la tiranía que las mujeres occidentales imponen al varón y que, por contraste, las mujeres chinas son bonitas, dulces, condescendientes con los deseos del hombre, y que en sus ojos rasgados y en la blancura de su piel se encierra un paraíso misterioso que cautiva para siempre a quienes se acercan a ellas. Al amanecer ambos salen del bar y, sin despedirse, cada uno se pierde por caminos divergentes. Al cabo de unos meses vuelven a encontrarse. El Hombre 2 pregunta al Hombre 1 si ya encontró a la mujer china. El Hombre 1 comienza entonces, para perplejidad del Hombre 2, a hablarle en chino mandarín.