Pocos conocen las viejas historias, no son cuentos ni leyendas por más que quienes aún las recuerdan lo nieguen, no pueden culparlos, puesto que, si pudieran olvidarlas, lo hubieran hecho. Cohibidos por verdades que escapan de lo que alguna vez supusieron, vieron sus vidas tomadas en giros que ni el destino mismo pudo predecir. En un mundo de falsa tranquilidad, los que desvelan destellos de clarividencia suelen ser tildados de locos por ver cosas que no están allí.
Eternamente vigilados, vagando en mundos de sueños y pesadillas, cubriendo al hombre con un velo del cual se formó para protegerlo de terribles horrores, quienes, a pesar de todo, aún no están listos para ver ni mucho menos entender.
Existen quienes defienden una paz idealizada por encima de todo, sin saber bien el porqué de sus actos, enfrentando fuerzas que ansían la libertad tanto como ellos en la terrible realidad de repetirse, ansiando vívidamente el regalo de la muerte que nunca llego ni llegara. Títeres, en una obra de teatro sin historia ni titiritero, una anti trama nacida al comienzo de los eones más lejanos.
Ahora, solo quedan restos y fragmentos para contar, todo tiene una historia, un origen, del que ahora solo quedan remanentes de lo que una vez fue un teatro glorioso de vivida depravación para contarnos esas historias.
Donde el corredor argentino, conocido por su facilidad para chamuyar, cae ante una chica Ferrari
Donde Julieta, sin querer, cae ante el argentino chamuyero