Las guerras como siempre, tienen secuelas.
La gente que vivió en los países en guerra sufren pérdida del sentido de la vida; sus sentimientos de odio, desesperación y desprecio incrementan. Sufren síndromes del trauma, transtornos de estrés postraumático y transtornos depresivos.
Nosotros, como representantes humanos de cada país no sólo absorbemos los golpes, las heridas, la contaminación y los traumas. Nosotros absorbemos también el amor, la amistad, el humor, las áreas naturales: todo lo bueno que nuestra gente y tierras tiene para ofrecer.
¿Lo malo de eso?
No podemos expresarlo.
Siendo nosotros seres indefinidamente inmortales e importantes en las desiciones que los presidentes toman en cada una de las regiones, tenemos que apegarnos al régimen de cada país. No podemos relacionarnos íntimamente, ya que eso puede afectar directamente las relaciones políticas y diplomáticas, y podríamos causar otra guerra innecesaria.
Es por eso que me aterró la mirada que mi sucesor, en ese entonces el pequeño Rusia, le dirigía a uno de mis viejos aliados norteamericanos.