-Hoy dormiré temprano, estoy bien- fue lo último que escuchó de ella la noche anterior, sin embargo, en su tono de voz logró encontrar una voz ahogada que pedía ayuda. Ya era de mañana, Rafael se preocupó de no escuchar ningún solo ruido desde el otro lado de la puerta. Un mal presentimiento se asomó a su corazón, una sensación en su estómago que, a medida que abría la puerta de la habitación de su hermana, se incrementaba. La bandeja con el desayuno cae al suelo cuando aquella escena, la cual jamás se borraría de su mente, se abre ante sus ojos. Dos meses habían pasado, pero para Anny habían pasado años. La oscuridad total, el olor a mugre y moho, su piel desnuda al contacto con el frío piso de piedra. Como esas, muchas otras cosas que en un principio significaban una molestia y una razón más para escapar, se habían convertido en una normalidad. Su mente ya no recordaba los días de luz, siendo alimentada con cucarachas y leche, Anny ya había olvidado el sabor de la comida normal. Cuando su mente se alejaba de la realidad, asumiendo que así siempre fue su vida, y que no cambiaría, varios golpes y voces se escuchaban en la lejanía. Una luz se abría junto a la puerta, y con ella su libertad.