No todas las historias tienen un final, y no todos los finales tienen porqué ser felices. Me atrevería a decir que casi siempre los finales son trágicos, desgarradores y amargos, pero aún así cuentan con cierto encanto agridulce, que en mi particular caso se hizo adictivo. Me hice adicta a verlo de lejos, a buscar su presencia entre una multitud, a necesitar ver al menos un mensaje suyo cada momento que tuviera mi celular cerca y, por sobretodo, a verlo con esa chaqueta azul que usaba cada vez que lo veía.