Un, dos, tres. Un, dos, tres. Un, dos, pisotón. —Perdón— murmuré sonrojado. Ella rió. Disfrutaba compartir conmigo lo que ella amaba hacer. Un, dos, tres. Un, pisotón. —Perdón— me mordí el labio. Deteniéndome en seco y bajando la mirada avergonzado. —Sigamos— me pidió. Y aunque quería parar, no lo hice, solo porque me gustaba verla feliz. Me gustaba verla bailar.