Se supone que solo cuidaría de él, después de todo, el omega no era suyo. Era de su jefe, su mejor amigo.
Y se sentía culpable por haber descubierto la ternura en los ojos verdes, el magnetismo de sus labios rosas, la calidez en su corazón y la exquisitez de su aroma.
Empezó a verlo con otros ojos aun sabiendo que no era ni sería suyo por más que fuera correspondido.
Y ser su amante no sería una opción.
Izuku amaba anidar. No había nada más reconfortante que llegar después de un largo día de clases y meterse de lleno en su cómodo nido. Era simplemente perfecto...o lo fue hasta que durmió en la habitación de su amigo de la infancia.
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