El 14 de enero de 2016, Cristian Soler fue asesinado en la reserva de San Rafael, en los Pirineos.
El día 16 de enero de 2016, Milo Dávila, su mejor amigo, encontró su cadáver tendido sobre un lecho de flores. Tenía en el pecho dos disparos.
Solo tenía 22 años cuando murió.
Elisa Martín, que por aquel entonces no sabía que estaba embarazada, no pudo soportar la muerte de Cristian y abandonó San Rafael. Unos meses después, nació Bea Soler, la hija de un hombre cuyo asesino nunca fue identificado.
Seis años después, incapaz ni de olvidar ni superar lo ocurrido, una urgencia médica familiar obliga a Elisa a volver a su antiguo hogar. El regreso a San Rafael trae de vuelta viejas amistades, pero también viejos recuerdos. Pero, sobre todo, el reencuentro con Natalia Soler, la hermana pequeña de Cristian. Alguien que, a pesar del tiempo transcurrido, no sabe que la pequeña Beatriz es su sobrina.
Elisa va va a tener muchos motivos para volver a escapar y no volver nunca a San Rafael, pero esta vez no lo va a hacer. Esta vez, se va a quedar hasta descubrir toda la verdad.
El pueblo de Grafton es una localidad pintoresca, en el corazón de las montañas Apalaches. Sus calles adoquinadas serpentean entre frondosos bosques y el aroma de los pinos se mezcla con el dulce esencia las madreselvas. Es un santuario de árboles centenarios, donde el aire vibra con el canto de las cigarras.
Los residentes de Grafton son un grupo resilente: gente del diario, que se levanta con la salida el sol y trabaja duro en los campos. Por generaciones, se han contado historias que envuelven a cuatro familias, a quienes el pueblo debe su fundación: Sutherland, Finland, Walker y Shea. La marca de los fundadores ve frutos en un pueblo que, ante todo, sobrevive.
Pero si alguna vez te encuentras en Grafton, debes andar con cuidado. Tras la aparente belleza se esconde un secreto, una verdad que desafía el tiempo y la razón. Una melodía siniestra que reclama de entre las arboledas y que sólo puede acallarse con sangre...