El la observó por unos segundos antes de soltar ese puñado de palabras que acabarían matándola, porque era así, el era la única persona que podía armarla y desarmarla a su antojo, porque solo el conocía cada rincón de su débil y moribundo ser, sin ningún tipo de dolor o remordimiento empezó a hablar, expresando que todo aquello que alguna vez existio no era, más bien, nunca fue real y el veía, veía en aquellos ojos azabache el dolor que le quemaba por dentro, pero no le importó, porque sabía que el podía lastimarla y ella lo perdonaría porque su amor era tan grande que alcanzaba para cubrir la parte que el nunca pudo cubrir. Pero antes de irse, la tomó del rostro y repasó con sus dedos por última vez las facciones de su eterna amante, aquel hermoso ser que lo amaría por siempre y que tiempo después el amaría pero sería en vano, observó sus labios y le dió un último beso para luego dejarla caer, para dejar que muriera lentamente a causa de su amor.