Leandro Olaya era un hombre adinerado y todos los días rebuscaba en la basura del vecindario. Regresaba a casa cargado de metales oxidados, restos de comida, plásticos malolientes y todo tipo de baratijas. Todo ello lo acumulaba en el sótano y era allí donde pasaba una parte importante de su tiempo. Le pidió a su esposa y a sus hijas que prometieran no bajar, al menos mientras él estuviese vivo. Fue una petición sorprendente y un tanto perturbadora, pero la familia aceptó y cumplió la promesa.