<< Sobre la mesa se encontraban unos esmeraldas, unos rubí y unos zafiros. Como joya de la corona, unos diamantes. Todos Piedras Preciosas >>
Este mismo día, durante los últimos dieciocho años me he estado haciendo la misma pregunta. Como dos personas podían tener sentimientos tan opuestos en el mismo momento. Vienen a este mundo doscientas setenta mil y se van ciento quince mil en cuestión de 24 horas, creando o llevándose consigo una parte del alma de algún familiar.
Angustia y felicidad, eran las sensaciones que podían describir el lienzo borroso que definía mi vida. Aquellos huecos en blanco representaban los vacíos sobre mi historia, en cambio las pinceladas difuminadas por las tragedias, eran los momentos en los que alguna vez me sentí libre.
A lo largo de la línea de mi vida siempre sentí un peso sobre mis hombros, una fuerza que me exigía ser alguien en este turbio mundo, donde no existía el dinero limpio ni el dinero sucio, simplemente existía el dinero.
Un trozo de papel al cual le habíamos dado el poder de comprar personas, dignidades y silencios. Nosotros mismos habíamos creado al mayor monstruo. Aquello que ni él mismo diablo podría frenar, la codicia de poder.
Donde el respeto se gana con el número de almas que has arrebatado, la lealtad brilla por su ausencia y la traición se paga con la muerte más dolorosa.
Aquel era el mundo en el que jamás entraría, sería una ajena, una simple observadora de cómo ardería sin mi, al fin y al cabo dos reyes lo harían arder por mi.
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