Annie nunca se consideró a sí misma alguien excepcional. Era aplicada, era ejemplar, pero su vida carecía de cualquier tipo de emoción más allá de la que le brindaban sus dos caóticos mejores amigos. Se había conformado con la cotidianidad, así como con guardarse para sí misma todo lo que sentía (especialmente cuando se trataba de cierto chico que desde que entró a su vida no hacía más que poner todo de cabeza).
Por eso, no esperó que toda su normalidad fuese derrumbada en cuestión de segundos tras serle revelada la verdad, aquella que se le había ocultado toda su vida desde el día en que fue adoptada, misma que se encargaría de destruir todo en lo que creía hasta acabar por consumirla.