En aquel pequeño departamento de paredes blancas y piso de madera, decorado elegante y minimalistamente, convivían a diario dos mundos, dos personalidades casi opuestas que, curiosamente, rara vez chocaban. Era como si estar tan cerca les proporcionara un balance, un equilibrio estático que mantenía a raya a los demonios de ambos. Y eso era precisamente lo que los mantenía juntos, a pesar de que ya no sintieran por el otro nada más que aprecio y camaradería. La tormenta de emociones que alguna vez compartieron estaba encerrada ahora en lo más profundo de su mente, encerrada más no eliminada, hecha a un lado pero no olvidada.