Santiago Ucrós tenía más de cinco años que no pisaba suelo Colombiano. Por primera vez, desde su partida, estaba de regreso en Bogotá. La única razón por la cual había regresado era Matías. Él le había insistido para que estuviese presente el día que finalmente se graduara de la facultad. Luego de pasar tantos años viajando alrededor del mundo, visitando países necesitados, prestando ayuda y haciendo labor humanitaria, Santiago sentía que el regresar a la tierra que alguna vez fue su hogar, le volvería a traer mil y un recuerdos. Algunos serían felices, llenos de nostalgia y otros simplemente serían dolorosos. Con el tiempo, Santiago había logrado recordar a su Alice y sonreír porque ella fue la persona más dulce, tierna, alegre, fuerte y decidida que él había conocido. El dolor de su pérdida nunca se iría, simplemente era un peso que vivía todos los días con él y que ya formaba parte de su existencia. Aún cuando el gran amor de su vida le duró tan poco tiempo, él se sentía agradecido y dichoso de haber podido experimentar aquel nivel de amor y devoción que ambos se demostraron mutuamente. Santiago, con la edad que tenía, cuando se enamoró de Alicia, creía que un amor así no podía existir, pero Alicia se había encargado de demostrarle lo contrario. Él estaba consciente de que en este corto viaje viviría emociones muy fuertes gracias a los recuerdos y las personas que volvería a ver después de estar tanto tiempo alejado. Para lo que no estaba preparado era para la nueva jugada que le tenía la vida, ni para caer, una vez más, a los pies de Alicia María Rivera.
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