Corrimos juntos hacia el borde del acantilado, él me estiraba de la mano para que pudiera seguir su paso. Cada poco echaba la vista atrás y me miraba, pero rápido, como si le hubiesen pillado haciendo algo que no debía, y sonreía, sonreía con esa sonrisa que a mi tanto me gusta. Pero entonces acudían a mi mente imágenes de mi mayor pesadilla, a veces estaba detrás de un árbol, escondiéndose tras una esquina, observándome desde la ventana de un bar... y ahí era cuando me derrumbaba. Pensaba que yo era fuerte, pero me equivocaba.