Luz Noceda amaba todo, aunque tuviese que conformarse con mirar constantemente el mundo a través de sus ventanas de cristal.
Con ganas intensas de tocar hasta la última gota de lluvia sumida en el césped, con las plantas de sus pies.
La libertad para ella era un grito, un anhelo, y una prisión física y mental su realidad.
Viéndose atrapada en la penumbra, solo supo seguir aquel intenso rayo de luz, que la guió hasta el frío reflejo dorado de la luna.
O más bien, dos ojos ámbar, que la liberaron, reteniéndola a su lado.
Era irónico, una contradicción.
Amity Blight odiaba todo lo que la rodeara en menos de dos metros a la redonda.
Su burbuja de autopercepción e independencia podría ser difícilmente explotada, sin embargo, también odiaba los números impares, porque nunca eran exactos, no se ajustaban a su infinita necesida de encontrar un por qué, una razón lógica para que las cosas se alinearan.
Luz era como ese número impar, dispuesta a explotar esa burbuja con unas tijeras de cocina.
Su suave sentido de identidad se contrastaba con la intuición introvertida de la dueña de Blight Industries, pero aquella fusión encandescente también podría resultar positiva.
Brillante, vibrante, tan sentida, colorida, fuerte, un ruido sordo, una estampida de sentimientos encontrados.
Como un fuego artificial.